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Los pasos que transitan a García Lorca PDF Imprimir
Viernes, 05 de Junio de 2009 13:53
Las maletas trashumantes que María Isabel Bustos abrió en Quito la última vez que vino, hace dos meses, llegaron cargadas del brillo lunar y la presencia andaluza con las que García Lorca solía construir sus versos durante la primera mitad del siglo XX.

Las Lunas de Lorca
Catorce bailarines de la Compañía Nacional de Danza intervienen en Las lunas de Lorca, obra coreografiada por Isabel Bustos. Foto: Paúl Navarrete / El Telégrafo

De allí salieron, enredados entre sus pañuelos y las telas de sus vestidos, cada uno de los gestos, las posturas, las imágenes, los pausados movimientos y la plateada elegancia selenita con que ahora cuenta el elenco de la Compañía Nacional de Danza; elementos de los que se vale para llevar a cabo el montaje de «Las lunas de Lorca».

Ficha técnica

Coreografía: Isabel Bustos
Asistente de Ensayos: Jorge Alcolea
Intérpretes: Compañía Nacional de Danza del Ecuador
Música: Autores varios
Diseño de Iluminación: Santiago Hidalgo
Diseño de Vestuario: Danza-Teatro Retazos.
La obra, coreografía original de Bustos, es una historia múltiple que a través de la danza describe el mundo que Lorca dejara plasmado en su literatura. El velorio inicial de un hombre, el dolor de su viuda y la arrogancia gitana con la que otro desafía a la luctuosa solemnidad del principio nos remiten sin remedio al tema de la reyerta y el duelo, presentes en sus Bodas de sangre y en algunos de los textos del Romancero gitano.

Entonces, como en un relato bien contado, los catorce bailarines se despiertan a la dinámica  planteada por la coreógrafa para desarrollar, a lo largo de los cincuenta minutos de los que disponen, temas como el amor, la pasión, la soledad y la traición desde una estética que es mucho más visual que dinámica, mucho más gestual que lúdico, y muy emocional.

Es en ese entorno lúgubre, de medias luces, en donde el elemento de la luna, como en los mejores versos de Lorca, es el ícono de la bella muerte, producto del haberse batido a duelo, muy alejada de la ordinaria muerte natural.

La maestra Bustos regresó recientemente a Cuba con sus valijas más livianas de lo que llegaron; y Jorge Alcolea, quien fuera su alumno hace más de diez años, se quedó con la tarea de entregar a los bailarines locales todo aquello que a la coreógrafa se le quedó en el país.

Esa labor traía consigo ciertas dificultades, pues el estilo de las obras de Isabel Bustos suele exigirle al bailarín el reto de llenar el escenario tan solo con su presencia, sin frases largas ni saltos muy elaborados, sino más bien con detalles silenciosos cargados de la misma finura estética con las que un artesano cuidadoso grabaría su nombre en un arroz.

Por eso Alcolea está contento con el resultado. En los cuatro años que lleva como coreógrafo y ensayista de la compañía, ha trabajado en pos del crecimiento conjunto de los bailarines para llegar a un todo compacto, con una personalidad propia. «Isabel tiene una visión muy particular de la danza», dice, «es una estética por completo diferente». Y el espectador le cree después de haber visto los inusitados contrapuntos temáticos que se desarrollan cuando todo el elenco está sobre el tablado; o cuando son todos un bloque perfecto en el que las líneas redondeadas que los cuerpos trazan, al compás de las guitarras flamencas que le sirven de soporte a la obra, se aprecian como los armónicos grafismos de algún pincel experto en poesía.

La narrativa es circular, y luego de desarrollar todas las temáticas, en las que subyace la represión de la mujer frente a la libertad heroica del hombre (que de alguna forma remite a Yerma), el clímax se dirige irremediable hacia el duelo, la reyerta, y el perdedor cae al suelo; el mismo cadáver del principio, iluminado por su luna maldita mientras se restablece el velorio del principio.

Por: Javier López Narváez

 

 
 

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