Retazos de una ciudad en movimiento Imprimir
Escrito por Maria Grant   
Miércoles, 11 de Octubre de 2006 01:10
Isabel Bustos (Chile, 1948). Graduada de la Escuela Nacional de Arte de La Habana, ejerció como profesora y coreógrafa en la Escuela Nacional de Danza Moderna y en la Facultad de Artes Escénicas del Instituto Superior de Arte de Cuba.
Definitivamente, el nombre de la Compañía Danza-Teatro Retazos está ligado a su fundadora y directora general, la coreógrafa Isabel Bustos, al Centro Histórico de La Habana y a sus pobladores: hombres, mujeres y niños que, desde hace casi dos décadas, identifican esa palabra —retazos— con el movimiento de bailarines por las restauradas calles y plazas.
Porque desde su mismo nacimiento en 1987, este «proyecto artístico» —según Isabel— ha asumido el movimiento no sólo entendido como evolución, sino en el sentido estricto del concepto de desplazamiento de un lugar a otro.

«Yo pasé muchos años como una gitana, con mi bultito en la espalda dando vueltas por todos los lados, buscando mi espacio para trabajar. De esto hace unos veinte y pico de años. De pronto llegué a La Habana Vieja, conocí a Eusebio y, como era muy amigo de Guayasamín, y mi madre era también muy amiga suya, ellos se pusieron de acuerdo y, al final, yo terminé ensayando en la Casa Guayasamín».

Hasta ese momento, Isabel y su grupo de entonces preparaban sus puestas en la Casa Carmen Montilla (también en el Centro Histórico), en las salas Covarrubias y Avellaneda (ambas del Teatro Nacional, frente a la Plaza de la Revolución)… o en cualquier lugar que se les posibilitara.

Esta manera ambulatoria de trabajar, de no tener un lugar propio, le sirvió —a su juicio— de entrenamiento. «Por eso también me es muy fácil montar en cualquier espacio, porque siempre fui nómada. La adversidad a mí me ha venido muy bien…»
El apelativo de Retazos, sin embargo, responde a las ideas que sobre la existencia humana esgrime esta mujer, quien nació en Chile, vivió muchos años en Ecuador y, desde 1962, se asentó definitivamente en Cuba:

«Yo no sabía al principio qué nombre ponerle, si Manzana verde, si Cielo abierto…, pero al final pensé en Retazos porque hablamos de que la vida no es lineal, de que vivimos en fragmentos, de que la vida pasa muy rápido, de una situación a otra, de una vivencia a otra… Así, la danza es como una sucesión de emociones, de sensaciones, de pensamientos, de vivencias... de retazos que, al final, conforman una historia».

¿Cómo definiría a la danza en su vínculo con las demás artes?

Pienso que en la danza se encierra todo. Primero, la poesía, que para mí es imprescindible, y por eso, cuando no hay un aire poético en lo que se hace, considero que no tiene validez.
Mi concepto de danza no es el tradicional, es decir, el de construir intérpretes, bailarines perfectos a nivel técnico. Considero que la técnica es un apoyo para expresar algo. Lo más importante es saber qué queremos decir. En la plástica, la luz —por ejemplo— es fundamental, pero la imagen es lo primero que llega. Para mí, el virtuosismo consiste en transmitir el vínculo entre la imagen y el texto dramático, expresar ese vínculo con emoción.

Por eso, la danza que hacemos no es virtuosa en el sentido tradicional, sino más bien analítica, casi filosófica, siempre en búsqueda de nuevos conceptos, de nuevas formas... A su vez, empleamos un lenguaje asequible y, por tanto, es una danza concebida para el disfrute mayoritario, no sólo de bailarines o de algunos intelectuales.
Pienso que el verdadero arte debe ser asequible para toda la sociedad, desde los sectores más sencillos hasta los más complejos. Creo que siempre debe ser así.

¿Desde cuándo tiene tales concepciones sobre la danza?

Creo que ha sido un proceso. Uno empieza en una escuela porque quiere aprender a bailar. Aprende un paso, otro paso…, pero, en la medida que te vas conformando como ser humano, te das cuentas de que la danza es mucho más compleja. Necesitas comprender cuáles son los elementos que te permiten desarrollar ideas, nuevos conceptos coreográficos. Por ejemplo, resulta a veces que el silencio es más importante que el sonido. O, en ocasiones, no hacen falta 50 movimientos, sino solamente uno para transmitir la idea que te propones.
Por otra parte, en la danza influyen todas las manifestaciones artísticas: la música, el cine, la arquitectura, la pintura...

Isabel Bustos. De la serie «Esperando a mi macho».
A propósito, hábleme de su faceta como pintora.

Empecé hace como seis años a dibujar unos platitos. Tengo una hermana que es realmente una pintora, ¿sabes? Yo soy una bailarina que pinta, que hace vídeo, y que me meto en todo porque me gusta. Hago hasta los spots de los festivales «Ciudad en Movimiento».
A mí me gusta mucho la imagen; yo creo que es lo que más me gusta. Cuando tengo que hacer una obra, pienso en la escenografía, en el diseño de vestuario... Y aunque escasean los materiales, la tela, siempre encuentro soluciones. Es así que, a partir del mundo teatral, de sus necesidades, empecé a hacer pequeños dibujos, luego platos, y a la gente le encantaron y los compraban. Yo decía: «no lo creo, se han vuelto locos».

Diseñaba «habaneras» que fueron creciendo. Después, un amigo pintor me sugirió dejar los platitos, y empecé a hacer algo en cartulinas. De pronto, comencé a hacer una serie que era yo acostada así (se pone los brazos en la nuca) y, como me gustan mucho los angelitos, los coloqué detrás, y también puse la cama, la alfombra, la lámpara… todo lo que había en el cuarto de esa mujer, con ese pelo, puesta en una perspectiva extraña, pues no tenía idea de la perspectiva.
Hice muchos, una serie. «¿Y cómo le vas a llamar a esa serie?», me preguntó una amiga. «Yo no sé, tal vez “Esperando a mi macho”, le dije yo. —Ríe—.

Yo realmente pinto porque el trabajo en Retazos me estresa tanto… O sea, eso de domar voluntades y energía de mucha gente dispersa, y poder tomarla para crear y construir, es muy duro: hay que ponerle no sólo el cuerpo sino el espíritu y la cabeza. Cada día termino hecha una alfombra. Entonces, me puse a pintar. Simplemente como una manera de equilibrarme. Y de pronto, bueno, a la gente le gusta…

¿Qué otros vínculos tiene Retazos con las artes plásticas?

Muchos. Por ejemplo, nosotros trabajamos en 2006 con Arturo Montoto en la exposición «Ciudad para ciegos», en el Museo de Arte Colonial. Luego de ver cómo él pintaba inspirándose en la ciudad, cómo ponía su obra en códigos del sistema Braille y la manera en que los invidentes la reconocían, nos unimos a ellos para exponer esas ideas a través del lenguaje del cuerpo.
Esa experiencia fue muy fuerte y difícil para los bailarines porque significó entrar en un mundo diferente, donde lo visual no existe y los demás sentidos son más importantes. El olor de la panadería, el huequito de la calle, los sonidos de los autos... son los que definen en qué lugar te encuentras.

Anteriormente, en 2000, inspirados en la exposición sobre maletas o valijas del artista italiano Gianpaolo D’Andrea Verdecia, montamos una obra que todavía forma parte de nuestro repertorio: «El viaje».

Muchos años atrás, pasó algo parecido con la figura de Federico García Lorca. Un día de 1998 entré a la Casa de México y vi el gran paredón del final del inmueble; todavía allí no había flores, ni enredaderas, ni nada… Me dije: «Esto es un patio interior español y si lo relacionamos con García Lorca, Bernarda Alba, Bodas de sangre, El Romancero…, hacemos una obra». Y allí concebí una pequeña composición, «Las lunas de Lorca», que trata sobre la pasión, la muerte, el amor, el espíritu trágico de España, en fin...
A mí un espacio exterior me puede inspirar. Por ejemplo, quiero hacer un «Romeo y Julieta» en un solar que está ubicado frente a nuestra sede. La idea es pasearlo de un espacio a otro espacio, y terminarlo allí. Pero tengo primero que convencer a los moradores para que participen junto a nosotros. Seremos Capuletos y Montescos —Ríe—. Esta obra pretendo presentarla en el próximo Encuentro Internacional de Danza en Paisajes Urbanos. Habana Vieja: Ciudad en Movimiento.

 
Teatro de las Carolinas: desde hace dos años, la Compañía de Danza-Teatro Retazos tiene su sede en Amargura 61, entre Mercaderes y San Ignacio.
Al referirse a este espacio, Isabel Bustos confiesa: «Creo que si no hubiera tenido la persistencia de perseguir a Eusebio por toda La Habana Vieja desde hace tantos años, nunca hubiera tenido este espacio. Y la persistencia de trabajar, trabajar, trabajar… Creo que hasta por cansancio lo vencí. “Busca el lugar que quieras”, me dijo. Porque él me decía: “Ése”, y yo le respondía: “No, ése no porque tiene columnas”. “Aquél, entonces”. “Tiene el techo bajito”. “Éste es estrecho”; “ése,
desniveles muy altos”. Creo que ya no quería verme. Hasta que, finalmente, decidió que yo lo buscara, y encontré esto que era un garaje de carros viejos, un antiguo depósito para mieles…
«Gracias a Eusebio Leal, yo puedo soñar; gracias a su sensibilidad y comprensión, he logrado una estabilidad para el grupo y he podido entender que el arte es uno solo. Si no hubiera tenido su respaldo, no hubiera podido hacer nada durante estos 20 años».

Este año se realizó el XII Encuentro Internacional. ¿Pudiera referirse a la génesis de esta cita anual?

Se inició de una manera muy simple. Éramos mis jóvenes bailarines y yo que íbamos de la Casa Simón Bolívar a la Casa Guayasamín, o de la Casa de la Obrapía a la Casa de México… Nos inspirábamos en las escaleras, en el balcón, en la columna, en el patio, en la maravilla que para mí es La Habana Vieja.
De pronto, eso fue creciendo y vinieron compañías foráneas, de dentro y fuera de Cuba. Así, en la más reciente edición, fueron ya como 1 300 personas las que participaron, mientras que, al inicio, en 1995, éramos nosotros solos.


¿Cuál es la idea que nos animó siempre?

Que la gente no vengan con sus obras hechas para trasladarlas del teatro a un lugar abierto, sino al revés: que se inspiren en los espacios arquitectónicos para crearlas. Es como un desafío. Yo tengo un espacio con una historia, una pared donde alguien hizo o dijo algo… Bueno, yo me voy a inspirar en esa historia o, simplemente, en la pared, el árbol, el banco del parque… Se trata de despertar la imaginación, de propiciar nuevos ambientes creativos, con un nivel de exigencia para los coreógrafos y los intérpretes, que no es el mismo cuando se trabaja en un teatro cerrado, en una salita preciosa donde están todas las condiciones, el piso es maravilloso y no hay ningún reto, más que el impuesto por el intelecto tuyo en ese momento.

Aquí, la gran escenografía es la ciudad y, en mi opinión, lo importante es la participación masiva de la gente. También están los talleres impartidos por profesores de diferente procedencia, de modo que las diversas manifestaciones artísticas trabajan juntas: músicos, coreógrafos, bailarines, gente de teatro…

¿Cuántos de los integrantes de Retazos son habaneros?

Indago porque se necesita desarrollar un sentido de pertenencia al Centro Histórico, a la comunidad…
Sea habanero o no, todo miembro de Retazos debe pensar y actuar en cualquier calle de esta ciudad con la misma actitud que si bailara en el célebre teatro La Feniche de Venecia. Porque el espectador que lo ve en La Habana Vieja, que es un vecino nuestro, se lo merece tanto —o más— que cualquiera de otro país.
El artista tiene que ser modesto y entender cuál es su papel. Y el que no lo conciba así, está perdido conmigo. Por eso es que, cuando ya tienen cierta calidad y entienden la técnica que yo aplico, nuestros jóvenes trabajan un tiempo como maestros en el taller que hacemos con los niños.

¿Tiene futuro, entonces, la danza callejera?

Cuando yo empecé todo el mundo decía: «¿Trabajar en la calle? Esa mujer está loca, qué tenemos que ver nosotros con la calle, nosotros somos de teatro… » Era una vergüenza. Ahora no, ahora tiene otro valor. Hemos logrado, además del grupo, un laboratorio coreográfico, el Festival, el encuentro de video-danza, la labor con los niños… todo un proyecto cultural que contribuye cada vez más a la reanimación del Centro Histórico, al gran esfuerzo que hacen Eusebio Leal y la Oficina del Historiador de la Ciudad en conjunto, que para mí es muy válido y respetable.

Tomado de la revista Opus Habana, Vol. X, no. 3, pp. 54-59.